jueves, 26 de enero de 2017

EDICIÓN FACSIMILAR DE POESÍAS DE DON MARIANO MELGAR




     La edición del Jurado Nacional de Elecciones, por motivo de conmemorarse el bicentenario de la muerte del poeta Mariano Melgar, rescata las proporciones y características del original, que se publicó por encargo de Don Manuel Moscoso (sobrino del poeta) en 1878 a cargo de Nancy, Tipografía de G. Crépin–Leblond.

     Una memorable edición al alcance de quienes tengan a estas alturas la suerte de encontrarse con uno de ellos en alguna librería. Pues además de la introducción de García Calderón Landa, esta edición nos devela nuevamente las Notas Biográficas escritas, según Francisco Mostajo, por José Fabio Melgar, hermano menor del poeta, detalles interesantes llenos de un sublime sentimiento y subjetividad en honor del hermano caído en batalla.

     Aquí un breve fragmento de las notas referidas:

    La vida y la muerte del joven D. Mariano Melgar son una tradición querida en el pueblo que lo vio nacer. Medio siglo ha que la muerte de este joven debió hundir su nombre en el olvido, si él hubiese nacido para ser olvidado, y si no hubiese tenido la suerte de ser hijo de Arequipa. Allí se conserva su memoria viva y en todo su frescor, se cantan sus canciones con predilección, se recuerda su heroica muerte como título de gloria para él y para sus compatriotas, y se visita con lágrimas su tumba. Un pueblo que tal hace, que así premia el mérito de sus hijos, no puede dejar de tenerlos muy esclarecidos, y que le paguen en honra la valiosa deuda de su estimación.    Tendrá seguramente Arequipa hijos esclarecidos; más no serán solo una adquisición debida a los premios que da un pueblo, sino un fruto espontáneo de su suelo protegido y fomentado con esmero.    Son las dotes naturales del pueblo Arequipeño la inteligencia clara y penetrante, la energía de carácter, el entusiasmo, la firmeza y la tenacidad para las grandes empresas, al mismo tiempo que una exquisita sensibilidad y una proverbial dulzura en la vida íntima y en la sociedad privada. Si ésta es la obra de la naturaleza, que reunió en un punto el más claro y hermoso cielo, rico de electricidad, y en el que jamás falta un sol vivificante; un suelo en el que parece quiso hacerse descriptiva la naturaleza misma, si se permite esta expresión, y un sublime anfiteatro formado de las más gigantescas y severas montañas de los Andes; si a esta rara y feliz reunión de agentes de poderosa influencia en el hombre debe el pueblo de Arequipa los lineamientos más fuertes de su fisonomía, hay algo que le dio una voluntad explícita del cielo: una moralidad que puede decirse innata, pues se la encuentra en todas sus tradiciones , y que se puede creer asegurada para lo futuro, porque se conserva al través de circunstancias que han corrompido a otros pueblos. La peste del auri sacra fames no ha cundido en Arequipa, y se puede esperar que allí no se experimentarán sus estragos. En Arequipa se comprende la gloria en su bello sentido; y se ambiciona la gloria con el ardor de una pasión legítima. ¿Qué exigirán la patria, la sociedad, las ciencias, las bellas artes, que no pueda esperarse de los hijos de un pueblo tan bien y convenientemente dotado por la providencia? Tendrá pues Arequipa muchos hijos que pueda presentar como dignos de la estimación distinguida de la patria.    Esperamos, o quizá sólo deseamos, que salga de Arequipa la iniciativa de una regeneración que a grandes voces está reclamando la sociedad. Quiera ese pueblo no hacer estériles los ricos elementos que la Providencia le ha dado para la vida social, y haga porque sus errores, si los ha cometido, sean olvidados como los de la edad juvenil del individuo.    Si se creyese apasionada la idea que damos de Arequipa, y se presumiese que nació allí el que escribe estas páginas, no negaremos que allí vimos la primera luz, y allí respiramos el primer aire que nos dio la existencia; pero los que hayan fijado sus miradas en aquel pueblo reconocerán  que no hemos querido halagarlo  propasando los límites de la realidad y que no hemos pagado con lisonjas la deuda del nacimiento, sino con dar involuntariamente una extensión fuera de propósito a la única indicación que pensábamos hacer, de que, si se encontraba algo digno de elogio en la vida de D. Mariano Melgar, no se privase de la debida participación al pueblo en que nació y vivió, y cuya estimación dio, sin duda, vigor y expansión a su inteligencia y sentimientos.    Si hemos cometido una falta, no será la de verdad. En los últimos años de la vida en que nos hallamos, ya no se ama sino la verdad, esa divinidad a la que no se ofende impunemente. La mentirosa lisonja, ya insípida, y las esperanzas de la miserable granjería que con ella se hace, si existieron, quedan muy atrás en la carrera de los años. Escribimos estas líneas lejos, para siempre, del suelo natal; y cuando estamos escribiendo divisamos, ya no lejano, el término del viaje que no se hace dos veces. Las cartas de recomendación ¿para qué nos servirían?    Sin dar nada a la vanidad ajena, y sin esperanzas para la propia, hemos escrito lo que procede: en lo que siguiere no tendremos por qué ser más condescendientes.